Relatos: Un mensaje en una ventana
Relato corto de mi libro Una mirada, una lectura publicado en Bubok.es
Al día siguiente vuelvo a escoger el mismo asiento y vuelvo a hundirme en la lectura. Pasada media hora cierro el libro y observo la calle. Mi atención se centra en las rayadas del cristal. Y vuelvo a ver la frase y mi respuesta, pero hay algo más. La misma grafología de la pregunta se repite debajo de mi respuesta. “Ya entiendo: la confianza no tiene valores absolutos”
Una sonrisa amplia, tan amplia que notó mis orejas echarse hacia atrás, invade mi rostro, y pienso que a eso se refiere cuando hablamos de transporte “público”: un transporte para publicar nuestra humanidad.
Un mensaje en una ventana
Me siento al lado de la ventana, como siempre. La parada en la que subo es
el inicio de línea, así que tengo ese privilegio de poder escoger el asiento
que más me convenga. Delante de mí hay una mujer mayor, pelo castaño, abrigo
marrón a juego con el color del cabello. Abro el libro y empiezo a sumergirme
en la historia. Bostezo. Cierro el libro. Tan temprano me cuesta centrar la
atención en la lectura. El cielo muestra ese tono medio claro en el que se
entrevé la lucha entre la noche y el día. Miro por la ventana y veo la gente
con cara cansada y somnolienta yendo al trabajo. Me limpio las gafas pensando
que mi visión borrosa se debe a su suciedad, mas me doy cuenta que es el
cristal del autobús que presenta numerosas rayadas. Arriba han escrito un
nombre: Carlos. ¿Qué lleva a una persona coger las llaves y escribir su nombre
en el cristal del autobús? ¿Afán de inmortalidad? ¿Protagonismo?
Nunca entendí
esa diversión de escribir el nombre en los cristales de los autobuses o del
metro. A la altura de la nariz veo más rayadas. Esta vez es una frase. “¿En
quien puedo confiar?”. El mensaje me desconcierta. Ya no es el típico nombre
masculino y femenino envuelto en un corazón. O la típica grosería machista. O
un dibujo sin sentido que se supone que
es una firma de un grafiter. No es nada de todo eso. Es una pregunta.
¿Qué puede haberle ocurrido a aquella persona para expresar públicamente
tal preocupación? Recuerdo haber sufrido sentimientos de tristeza por confiar
en personas que luego me decepcionaron. Sin embargo, luego entendí que la
decepción depende de tus criterios personales que, por desgracia, los demás
desconocen. Que fácil sería que todos supiéramos lo que cada uno espera de los
demás. Saco las llaves de mi bolsillo y, tras ver que el autobús aún sigue
vacío, rayo el cristal letra tras letra. Acabado el trabajo miro mi respuesta.
“En nadie y en todos”.
Al día siguiente vuelvo a escoger el mismo asiento y vuelvo a hundirme en la lectura. Pasada media hora cierro el libro y observo la calle. Mi atención se centra en las rayadas del cristal. Y vuelvo a ver la frase y mi respuesta, pero hay algo más. La misma grafología de la pregunta se repite debajo de mi respuesta. “Ya entiendo: la confianza no tiene valores absolutos”
Una sonrisa amplia, tan amplia que notó mis orejas echarse hacia atrás, invade mi rostro, y pienso que a eso se refiere cuando hablamos de transporte “público”: un transporte para publicar nuestra humanidad.
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