Relato corto: La compra
Este relato pertenece al libro de relatos cortos "Una mirada, una lectura" (podéis descargarlo gratis haciendo clic en el título). Relatos creados a través de varias fotografías de distintos usuarios del portal Flickr.
foto de Donato Accogli (abusx)
La
compra
A cada paso se oye el cloc cloc del bastón al tocar el suelo,
el crin crin de la rueda del carrito de la compra arrastrado de forma impaciente
y el zas zas de las zapatillas al fregar el suelo de la plaza. Nadie mira a
Eulalia, nadie se percata de su presencia, mas ella tampoco mira la gente que
le envuelve. Hace tiempo que eso ya no le importa. Sus ojos siguen cada
centímetro de baldosa del suelo. No ve lo que le envuelve. No hay nada que le
llame la atención, ni tan siquiera ese hombre con el que se cruza disfrazado de
payaso con una corbata.
Tiene prisa por llegar a
ninguna parte. Una prisa efímera. Tiene
prisa, pero no sabe el por qué de esa premura, no entiende su significado. Aún
oye la voz de Jorge, esa voz grave, diciendo aquello de que la vida es un momento,
un momento escurridizo, tanto que nadie se percata de que existe.
En la plaza hay bullicio,
gente que ríe, gente que juega, gente que conversa y está Eulalia, cruzándola
con su carrito. Dos realidades separadas que conviven durante un corto lapso de
tiempo en la plaza. Eulalia y el resto de la vida.
Mientras arrastra el carro
recuerda esos cincuenta años de vivencias con Jorge. Y recuerda lo que hicieron
y lo que se dejaron de hacer. Por que siempre te dejas algo por hacer, siempre
dejas algo de lado cuando escoges, piensa Eulalia. No le gusta lamentarse, sin
embargo sabe que podría haber hecho mucho más. La vida es corta, demasiado
corta para dejar de vivir lo que solo puede ser vivido una vez.
Su hijo Iván la fue a ver
el otro día. Iván no ha superado la muerte de su padre, más siendo tan
melancólico como es. Sentados en el sofá, con la televisión encendida, Eulalia
cogió las manos de su hijo para animarlo. Iván no soporta la idea de pensar que
la vida sigue sin la figura de su padre. Para él no es concebible.
Su mente vuelve a navegar
por las aguas del pasado, deteniéndose en diferentes puertos de recuerdos. La
boda con Jorge, sus apasionados encuentros, sus viajes, su hijo, sus alegrías y
sus tristezas. Todo tan rápido y tan incierto. ¿Es todo lo que quisimos?, se
pregunta. Le sorprende esa preocupación por lo no hecho, por lo que se dejaron
o se dejó de hacer.
Llega al mercado y las dos
realidades siguen compartiendo el espacio. Eulalia y su carro no tocan a nadie,
esquivan clientes y cajas. Nadie parece percatarse de ella y ella no se percata
de nadie. Se detiene un momento y toma conciencia de que debe contactar con esa
otra realidad y hacer la compra. Esa compra que tanto le gustaba hacer cuando
estaba Jorge. Eulalia iba a comprar al mercado mientras Jorge se quedaba en
casa leyendo. Jorge oía el crin crin de la rueda del carrito saliendo del
ascensor, cerraba el libro y le habría la puerta.
- ¿Qué has comprado hoy,
cariño? ¿Alguna sorpresita?
Siempre hacía la misma
pregunta y siempre con la misma sonrisa en los labios.
Eulalia disfrutaba ir al
mercado. No solo por las conversaciones con las dependientas, los olores, los
saludos con vecinas, si no también por ese momento tan inocente y tan cómplice
de saber que Eulalia siempre compraba algo extra, un bombón, una fruta exótica,
un jamón bueno, un poco de queso exquisito.
Sin embargo, ahora ya no
era lo mismo. A Eulalia le suponía un gran esfuerzo ir a comprar al mercado. Ya
no saludaba a las vecinas, ni mantenía largas conversaciones con las
dependientes a las que se limitaba a pedir lo que quería, ni su nariz notaba
los olores de los diferentes puestos. Realizar la compra se había convertido en
algo doloroso.
Pensó por un momento en lo
que debía comprar esa semana y se dio cuenta que no sabía lo que necesitaba. Se
puso la mano en el bolsillo de su chaqueta para descubrir que no había hecho la
lista de la compra como siempre hacía.
¿Qué tenía que comprar?
Realizó esfuerzos por pensar en el armario de la cocina y en la nevera. “Dame
un poco de alegría que me voy a servir un poco más”. Le sorprendió el recuerdo
de Jorge pidiéndole tan graciosamente un poco más de vino. Un poco de alegría,
pensó Eulalia. ¿Cuál sería la lista de la compra? Dos trozos bien hermosos de
felicidad, para hacer al horno poco a poco. Quinientos gramos de risas,
trescientos gramos de optimismo. Un poco de paciencia, entendimiento,
comprensión y amor, mucho amor. Sonrió al imaginarse dicha lista. Levantó la
vista y vio que el dependiente de la frutería estaba sumando la cuenta de la
mujer de al lado, lo que significaba que pronto le tocaría a ella. Su mente
visualizó la imagen del dependiente mirándola a los ojos.
- ¿Qué le pongo?
- Los momentos perdidos
Pedir por pedir, ¿por qué
no? ¿Se puede recuperar esos momentos que se pierden? La pregunta a hacerse era
si valía la pena recuperarlos, por que bien mirado, si se perdían debía ser por
algo. Eulalia no sabía mucho de filosofía, eso se lo dejaba a Jorge, pero
siempre pensaba que la vida cuanto menos se removiera mejor. Los momentos perdidos.
¿Y a dónde irían esos momentos? Eulalia recordaba el día que Iván le explicaba
a Jorge cómo funcionaban las cámaras digitales.
- Ves, y si no te gusta
como queda una foto la borras.
- ¿Y a dónde va la foto
borrada? – Le preguntó Jorge a su hijo.
La cara de Iván era una
mezcla de perplejidad y curiosidad por saber si realmente iban a alguna parte.
Y ahora Eulalia se preguntaba si esos momentos perdidos iban a algún lado,
igual que esas fotos.
- ¡Señora Eulalia, señora
Eulalia!
Asustada, a levantar la
vista vio al dependiente mirándola fijamente.
- ¿Qué?
- ¿Qué le pongo?
Eulalia dudó un instante
y, por fin, tras un año, sus labios volvieron a sonreír.
- Ponme una escarola y
unos tomates.
Tras hacer la compra, se
oyó de nuevo el crin crin de la rueda del carrito de la compra.
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