Relato: La decisión acertada
Autor: Daniel Jerez Torns
Código de registro de propiedad intelectual: 1307115419864
La decisión acertada
Marcos Valiente
vio a Marta desde la calle. Estaba sentada cerca del cristal, tomando uno de
sus capuchinos que tanto le gustaban. La tarde lluviosa parecía querer
complicarle su cometido. Ahí estaba ella, removiendo la cuchara, ajena a la
decisión que había tomado Marcos. No sentía tristeza, pero sí cierta vagancia
para afrontar una escena llena de explicaciones.
En cuanto el
semáforo cambió a verde, caminó decidido hacia la ruptura. Habían compartido su
vida durante siete años. Sin embargo, ahora, como tantas otras cosas, la
relación había terminado. ¿El motivo? Lo cierto era que, al parecer, no había
ninguno. No tenían discusiones ni engaños. Tan solo quería liberarse e irse a
otro país.
Aunque debía
reconocer que el empujón definitivo vino de aquel compañero de trabajo,
Gabriel. No había hablado mucho con él, pero un día, al ver a Marcos pensativo
cerca de la máquina del café, le preguntó qué le ocurría. De forma
inconsciente, se abrió y expresó sus dudas respecto a irse y dejarlo todo o
continuar. Gabriel fue directo. Hay trenes que solo pasan una vez en la vida.
Cruzó la calle y
se dirigió al café cuando notó una mano que le agarraba el brazo. Al girarse,
vio un hombre de unos treinta y pocos años, con el pelo rizado, gafas de montura
metálica y un pequeño bigote que enmarcaba unos labios finos.
- No lo hagas.
- ¿Perdone?
- No lo hagas
–volvió a repetir.
- ¿Que no haga
qué?
- Ya lo sabes
Marcos. Marta es tu chica.
Los dos hombres
se quedaron en silencio, mirándose a los ojos, sosteniendo el paraguas. Marcos
sintió un escalofrío y notó que todo le daba vueltas. ¿Cómo sabía aquel
desconocido su nombre y el de Marta? Y aún más enigmático, ¿cómo conocía sus
intenciones?
- ¿Quién es
usted? ¿Cómo sabe mi nombre y lo que voy hacer? –el tono de voz de Marcos era
desafiante y, al mismo tiempo, algo asustado.
El desconocido
miró a ambos lados, como si temiera ser oído.
- Vayamos a
aquel café un momento –el hombre señaló un local situado en la acera de
enfrente.
- Marta me
espera.
- Esperará, te
lo aseguro.
Antes de que
pudiera responder, el extraño hombre caminó hacia la cafetería. Marcos lo
siguió, mirando hacia atrás para asegurarse de que Marta no le había visto.
Estaba leyendo un libro.
Entraron en el
local y el hombre pidió un café solo y un cortado con un chorrito de ron para
Marcos.
- ¿Cómo sabe que
pido eso?
El desconocido
le sonrió.
- Lo sé todo de
ti –dijo mientras se sentaba y señalaba la silla a Marcos para que hiciera lo
mismo.
Marcos se sentó
poco a poco, algo receloso de aquel individuo. Viendo la actitud de Marcos, el
hombre decidió presentarse.
- Me llamó Ángel
Cano Vázquez y soy escritor.
- Bien, me
alegro por usted. Y yo, comercial.
- Lo sé. Por
favor, trátame de tú. Desde hace ocho años trabajas como comercial en una
importante empresa multinacional. Antes habías trabajado como administrativo y
mucho antes como repartidor de pizzas, camarero, taquillero de un cine y
dependiente de unos grandes almacenes. Ahora, tras muchos esfuerzos, estás bien
situado y bien visto por tus superiores.
A pesar del
vocerío de la cafetería, Marcos no oía nada. Sintió un leve mareo. ¿Qué
significaba aquello? ¿Acaso tenía ante sí a alguien que le había investigado? Y
si era así, ¿era un agente de policía? No recordaba haberse involucrado en
ningún asunto turbio. Pagaba sus impuestos de forma religiosa. ¿Podría ser por
el tema de las descargas? Era cierto que últimamente había descargado por
Internet multitud de películas.
- ¿Por qué me
investigas? –preguntó de forma directa.
Ángel Cano
sonrió tímidamente. Su mirada transmitía duda; esa duda de no saber si uno
debía dar a conocer algo o no.
- No te estoy
investigando. Lo sé de todo de ti porque yo escribí tu historia.
Marcos tardó
unos segundos en reaccionar. Su cuerpo se relajó, ya que intuía que todo aquello
no era más que una broma absurda.
- Muy bien. Mira
Ángel, me encantaría seguir hablando contigo, pero Marta me espera y ya me
estoy retrasando –Marcos se levantó con intención de irse, pero se detuvo al
oír las palabras de Ángel.
- ¿Te acuerdas
de cuando te caíste del columpio hacia atrás? Fue en aquel pueblo costero.
Estabas con un amigo y te diste un buen golpe. Fuiste a casa llorando y tu
abuela te dio una moneda de cien pesetas para que pudieras jugar en el pequeño
salón recreativo que había en el lugar. Luego te preparó un bocadillo de jamón
dulce y le dijiste: “abuela, creo que me
voy caer todos los días”. Ella rio a carcajadas, al tiempo que te removía
el pelo dulcemente.
- Pero… -Incapaz
de articular palabra alguna, sus piernas perdieron fuerzas y sintió que se
sentaba de nuevo en la silla, sin que él lo hubiera decidido-. Pero, ¿cómo
sabes todo eso?
- Ya te lo he
dicho, yo escribí tu historia.
- No puede ser.
Dime la verdad.
- Esa es la
verdad. Te podría relatar más sucesos, pero creo que lo más importante son los
pensamientos. Podría decirte lo que pensabas o sentías en ciertos momentos y
eso, nadie me lo hubiera podido explicar, salvo tú. ¿Te acuerdas cuando aquella
mujer a quien le trajiste una pizza te invitó a entrar? Tenías miedo de hacer
el ridículo, pues no habías hecho el amor todavía. Dijiste que no y pensaste
que eras un cobarde. Más concretamente, tu pensamiento fue: “mi carácter no refleja mi apellido, Valiente”.
Marcos tenía la
boca abierta. Notó que el pulso se aceleraba, al igual que su respiración.
- Tranquilo, sé
que todo esto te está inquietando. Me explicaré. No eres un personaje ficticio.
Eres real. Sin embargo, la realidad no se inventa. Los escritores, por mucho
que pensemos que creamos historias, tan solo plasmamos la realidad en palabras.
La historia de cada uno de nosotros ha sido novelada por alguien en algún lugar
del mundo. La mayoría de veces, el autor desconoce dónde vive esa persona, pues
muchas veces las ambientaciones no coinciden con las reales. Pero sus acontecimientos,
sus amistades, sus amores, sus penas, alegrías, pensamientos, todo eso, sí.
Nuestra vida está en un libro, incluso la mía.
Marcos miró la
gente que pasaba por la calle. ¿Podía ser cierto que cada una de esas personas
tuviera si propia novela escrita en algún lugar del mundo? Tenía reticencias en
creerse la historia de Ángel, sin embargo, las pruebas eran irrefutables.
- ¿Qué quieres?
- Vas a tomar
una decisión errónea. Ibas a romper con Marta para así irte a la filial de tu
empresa que está situada en Londres. Comprendo que es una posibilidad de
crecimiento profesional, pero necesitas seguir tu relación con Marta.
- No te
entiendo. ¿No habías escrito tú mi historia? Pues ya sabes que es inevitable.
- No, te
equivocas. Yo no escribí esa opción. Las novelas marcan un camino. Ya están
escritas, no puedes sobrescribir el cambio que van provocando las diferentes
decisiones. Normalmente, lo que uno escribe es lo relativo a un solo individuo,
sin embargo, hay casos en que la novela de otra persona modifica esa historia,
ya que puede haber algún personaje que se cruce con el tuyo.
Marcos frunció el ceño. ¿Otra novela? No
acababa de entender aquel juego de palabras. Le dijo a Ángel que se explicara
mejor.
- Es sencillo
–Ángel colocó un libro encima de la mesa con el título “Un mal consejo”-. Esta
novela es de la autora Ermestine Berg. Narra la vida de un chico con problemas
con las drogas, mujeriego, amante de los deportes de riesgo, que un día,
trabajando de comercial, da un mal consejo a su compañero para que acepte irse
a Londres y dejar a su novia. A partir de ahí, sus vidas se cruzan de forma
inesperada. Todo se gira en contra del otro chico que verá tambalearse su
mundo. Ese chico eres tú. Los libros nos buscan. Nosotros no los escogemos, son
ellos los que se posan en nuestras manos. Compré este libro en un aeropuerto,
casualmente, y me di cuenta de que la novela se relacionaba con la mía y
modificaba tu historia, mi novela, pues en ella tú sigues con Marta.
- Entonces,
¿actuamos todos según lo escrito?
- O al revés,
nuestros comportamientos alimentan las historias. Se desconoce cómo funciona el
mecanismo.
Marcos pidió al camarero una botella de agua.
Notaba la boca seca y un sudor que le recorría toda la espalda. Bebió largos
tragos. El agua pareció calmarle. Miró a su alrededor, esperando que
aparecieran amigos y familiares y todos gritasen al unísono “¡es broma!”. Pero
todos los presentes eran desconocidos. Todo aquello era demasiado fantástico
para creérselo.
Ángel le miraba
fijamente en silencio, esperando una reacción. A Marcos le faltaba el aire, era
como si alguien hubiera sustraído el oxígeno de la cafetería. Se levantó y
salió por la puerta, sin despedirse del escritor, el cual gritó una última
frase:
- ¡Marcos, no te
aventures, toma la decisión acertada!
Salió a la
calle, sin mirar atrás. El aire fresco y las gotas de lluvia le devolvieron la
energía. Miró al frente, en la otra cafetería situada en la otra acera, Marta
seguía abstraída, leyendo un libro que estaba a punto de terminar. Suerte de la
lectura, pensó Marcos. Debía darse prisa o de lo contrario, una vez acabara el
libro y sin nada más que leer, empezaría a impacientarse.
Cruzó la calle y
entró en la cafetería. Se acercó a la mesa donde estaba Marta, justo en el
instante en que ella cerraba el libro.
- Lo siento, me
he entretenido.
- Tranquilo, no
pasa nada –su voz era dulce y su sonrisa feliz, como si disfrutara de un gran
momento. Su corto flequillo le daba un aire juvenil, acentuado por esa mirada
inocente.
- Sabes, te he
dicho de quedar para decirte algo.
- Ya lo sé.
- Algo
importante y… -Marcos se detuvo. El comentario de Marta le sorprendió, aunque
más su tono seguro.
“Ya
lo sé”.
Había sonado
como si le anunciara que le iba a desvelar cuál era la capital de Francia.
“Ya
lo sé”.
Entonces, Marcos
miró el libro. En la portada se veía uno de esos postes que marcan una
dirección con dos flechas en direcciones opuestas. El título, en letras en
relieve, lo formaban tres palabras que acababa de oír antes de salir de la
anterior cafetería.
La
decisión acertada.
Y algo más
abajo, el nombre del autor.
Ángel
Cano Vázquez
Cogió el libro,
mientras Marta le sonría.
Lo abrió en
busca de la última página. Leyó el último párrafo, sintiendo un escalofrío
recorriendo todo su cuerpo.
Marcos
Valiente vio a Marta desde la calle. Estaba sentada cerca del cristal, tomando
uno de sus capuchinos que tanto le gustaban. La tarde lluviosa parecía querer
complicarle su cometido. Ahí estaba ella, removiendo la cuchara, ajena a la
decisión que había tomado Marcos. Le pediría que se casara con él y rechazaría
la oferta para irse a Londres.
Marta le apretó
la mano.
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